Es
importante indicar que, la conversión es un proceso, en la vida del hombre
(llámese hombre y mujer), es decir; es la operación del espíritu santo, en
nosotros, y la misma inicia con el sacramento del bautismo, que nos hace
partícipe de una vida de fe, dándonos la bienvenida a la iglesia, la gran
familia de Cristo, y toma continuidad con un encuentro personal, con Jesús y,
finaliza el día de la muerte, ya que, siempre, hay algo en nosotros, de la
naturaleza caída que, debemos cambiar o mejorar. Es por ello que, se hace
necesaria la transformación continua, del hombre viejo al hombre nuevo, en
cristo Jesús. La palabra conversión es, un término con origen en el
latín conversio que hace referencia a la acción y efecto de
convertir o convertirse (hacer que una persona o una cosa
se transforme en algo distinto de lo que es en primer lugar). Cabe
indicar que, en el catecismo de nuestra iglesia católica, nos habla de una
primera conversión, y nos dice: La conversión a Cristo,
el nuevo nacimiento por el Bautismo, el don del Espíritu Santo, el Cuerpo y la
Sangre de Cristo recibidos como alimento nos han hecho "santos e
inmaculados ante Él" (Ef 1,4), como la Iglesia misma, esposa
de Cristo, es "santa e inmaculada ante Él" (Ef 5,27). Sin
embargo, la vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la
fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado
que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en los
bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida
cristiana ayudados por la gracia de Dios (cf DS 1515). Esta lucha es la de
la conversión con miras a la santidad y la vida eterna a la
que el Señor no cesa de llamarnos (cf DS 1545; LG 40), (#1426).
Biblia
De Jerusalén
También, es importante indicar que, el catecismo de la iglesia católica nos
habla de una segunda conversión, donde nos dice: Ahora bien, la llamada de
Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda
conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que
"recibe en su propio seno a los pecadores" y que siendo "santa
al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la
penitencia y la renovación" (LG 8). Este esfuerzo de conversión no es
sólo una obra humana. Es el movimiento del "corazón contrito" (Sal 51,19),
atraído y movido por la gracia (cf Jn 6,44; 12,32) a responder
al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (cf 1 Jn 4,10),
(#1428). La segunda conversión tiene también una dimensión comunitaria.
Esto aparece en la llamada del Señor a toda la Iglesia:
"¡Arrepiéntete!" (Ap 2,5.16), (#1429). Cabe indicar que,
con el bautismo nacimos a una vida de fe, nos hacemos miembros de la iglesia de
Cristo, pero no quiere decir que, ya somos salvos. Es por ello, necesaria una
segunda conversión, donde, debemos responder, al llamado del señor, si, el
señor siempre está llamándonos, y si le abre tu corazón, entra a tu vida, ya
que, el señor a través, del apóstol Juan nos dice: "Mira que estoy a la
puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y
cenaré con él y él conmigo. Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi
trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono." (Apocalipsis,
3; 20-21). Es importante indicar que, además de llamarnos y esperar una
respuesta de nosotros, a la vez, nos manda a perseverar, ya que, el camino de
la conversión es, una tarea del día a día, que requiere voluntad, pero sobre
todo de la gracia de Dios, que es la presencia viva, del espíritu santo, en
nuestro corazón, y de mucha paciencia. Es bueno recordar que, San Francisco de
Asís nos dice: Ten paciencia con todas las cosas, pero sobre todo contigo
mismo. La paciencia es, esencial en la vida del creyente para alcanzar la
santidad, a la que todos estamos llamados, donde, el mismo señor nos dice:
“Sed santos como vuestro Padre celestial es santo” (Mt
5,48).
Por otra parte, es importante señalar que, según el catecismo nos
dice: Como ya en los profetas, la llamada de Jesús a la conversión y a la
penitencia no mira, en primer lugar, a las obras exteriores "el saco y la
ceniza", los ayunos y las mortificaciones, sino a la conversión
del corazón, la penitencia interior. Sin ella, las obras de penitencia
permanecen estériles y engañosas; por el contrario, la conversión interior
impulsa a la expresión de esta actitud por medio de signos visibles, gestos y
obras de penitencia (cf Jl2,12-13; Is 1,16-17; Mt 6,1-6.
16-18), (#1430). Por otro lado, cabe indicar que, la justificación establece
la colaboración entre la gracia de Dios y la libertad del hombre,
(#1993). Además, cabe señalar que, el catecismo nos dice: Nuestra justificación
es obra de la gracia de Dios. La gracia es el favor, el auxilio
gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser
hijos de Dios (cf Jn 1, 12-18), hijos adoptivos (cf Rm 8,
14-17), partícipes de la naturaleza divina (cf 2 P 1, 3-4), de
la vida eterna (cf Jn 17, 3). Talvez, se pregunten ¿Quién está
llamado a la conversión? Todo estamos llamado, ya que, todos tenemos cosas que,
debemos cambiar, pero de manera especial aquellas personas que viven una vida
alejadas de Dios, porque el señor nos dice: "No necesitan médico los que
están sanos, sino los que están mal. No he venido a llamar a conversión a
justos, sino a pecadores" (Lucas, 5; 29-32). Pidamos a nuestro
padre de amor y misericordia la gracia, de abrir nuestro corazón, a la
operación divina del espíritu santo, de vivir la gracia de una vida de
conversión, para cada uno de nosotros y nuestros familiares, y pidamos también
por la conversión de todas aquellas personas que, aún no les conocen. Amén
Referencias
Bibliográficas:
Biblia Latinoamericana
Catecismo De La Iglesia Católica
Catecismo De La Iglesia Católica
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