La Alegría, "Estén Siempre Alegres En El Señor", (Carta a los Filipenses, 4 ;4)

 


Es importante indicar que, este tiempo es, un tiempo muy difícil para la humanidad, ya que, la misma enfrenta diversas situaciones adversas, pero, nada puede ser motivo para perder el sentido de la vida, y la alegría. Es por ello que, en este tiempo más que nunca necesitamos de la ayuda de Dios para mantener viva la esperanza, y un corazón alegre, en medio de todo esto. La alegría debe ser siempre un signo distintivo en la vida de cada cristiano. La palabra alegría es un sustantivo femenino que tiene como significado un sentimiento agradable y energético que se pueden exponer con signos palpables. Acto, acción, palabra y gestos con que se manifiesta júbilo, diversión, entretenimiento, felicidad, esparcimiento, satisfacción y contento. Se ubica en el latín vulgar alĭcer, alĕcris, y su forma alegre, como adjetivo, se puede apreciar en alăcer, traduciéndose como suspicaz o entusiasta. Cabe mencionar que, el apóstol San Pablo nos exhorta: "Por eso, hermanos míos, a quienes tanto quiero y echo de menos, que son mi alegría y mi corona, sigan así firmes en el Señor, amadísimos… Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres y den a todos muestras de un espíritu muy abierto. El Señor está cerca. No se inquieten por nada; antes bien, en toda ocasión presenten sus peticiones a Dios y junten la acción de gracias a la súplica. Y la paz de Dios, que es mayor de lo que se puede imaginar, les guardará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús, (Carta a los Filipenses, 4; 1-7). Estas palabras del apóstol nos animan a confiar siempre en Dios y a mantener una vida de oración, independientemente de la situación que nos toque enfrentar en la vida, podemos mantener una actitud positiva, llenos de esperanza y alegría.

 También, es importante indicar que, la vocación cristiana a la alegría armoniza maravillosamente con nuestra inclinación natural más honda, porque estamos hechos para la felicidad. Aunque algún filósofo haya intentado negarlo, todos sabemos que ser felices es nuestro más íntimo anhelo. En nuestra vinculación con las cosas del mundo buscamos nuestra perfección: conocer, comprender, poseer, disfrutar, alcanzar la satisfacción de nuestros deseos; sobre todo, el encuentro con los demás, la comunión interpersonal porque no es bueno que el hombre esté solo han sido dispuestos por Dios para que seamos felices y podamos experimentar algo de su alegría divina. Ésta, la alegría de Dios, puede irrumpir en nuestro espíritu cuando nos abrimos a él. Por otra parte, es importante señalar que, según el papa Francisco nos dice: La alegría cristiana es la respiración del cristiano, un cristiano que no es alegre en el corazón no es un buen cristiano. Es la respiración, el modo de expresarse del cristiano, la alegría. No es algo que se pueda comprar, o que se pueda lograr con esfuerzo. No. Es un fruto del Espíritu Santo. Aquel que nos da la alegría del corazón es el Espíritu Santo”. “La alegría no es vivir de risa en risa. No, no es eso. La alegría no es ser divertido. No, tampoco es eso. Es otra cosa. La alegría cristiana es la paz. La paz que se encuentra en las raíces, la paz del corazón. La paz que sólo Dios nos puede dar. Esa es la alegría cristiana. Y no es fácil custodiar esa alegría”.

Por otro lado, es importante señalar que, la alegría brota de la fe, es fruto del amor; por eso puede decirse también que es una señal distintiva del discípulo de Cristo. Sin embargo, la experiencia de la vida nos desengaña un tanto, o más bien consigue aventar ilusiones desmedidas. Porque hay que reconocer que nuestra alegría es siempre imperfecta, frágil y está continuamente amenazada. Acabamos por saber que no existe en esta tierra la felicidad perfecta; uno llega a ser sabio cuando lo reconoce, cuando ha incorporado este dato y el sentimiento correspondiente al bagaje habitual de su conciencia. Y quizá es entonces cuando la paradoja se presenta más aguda, porque el impulso infinito de nuestro deseo no se aquieta. Cabe señalar que, en la actualidad se ofrecen al hombre múltiples ocasiones de placer; la propaganda agita la imaginación de las multitudes presentándole paraísos artificiales que despiertan una codicia imposible de saciar, porque, en realidad, la alegría verdadera tiene otras fuentes, viene de otra parte. En el corazón de Cristo está la fuente de la verdadera alegría. La alegría espiritual es un fruto del Espíritu Santo (cf. Gál 5, 22). Además, es importante señalar que, según San Juan Pablo ll nos dice: El hombre está llamado a una plenitud de vida que va más allá de las dimensiones de su existencia terrena, ya que consiste en la participación de la vida misma de Dios. Pidamos al buen Dios que nos ayude a encontrar la verdadera alegría en él, en su voluntad, en su amor, pero sobre todo en su infinita misericordia. Amén

Referencias Bibliográficas:

Biblia De Jerusalén

Biblia Latinoamericana

Catecismo De La Iglesia Católica



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