Es
importante indicar que, este tiempo es, un tiempo muy difícil para la
humanidad, ya que, la misma enfrenta diversas situaciones adversas, pero, nada
puede ser motivo para perder el sentido de la vida, y la alegría. Es por ello
que, en este tiempo más que nunca necesitamos de la ayuda de Dios para mantener
viva la esperanza, y un corazón alegre, en medio de todo esto. La alegría debe
ser siempre un signo distintivo en la vida de cada cristiano. La palabra
alegría es un sustantivo femenino que tiene como significado un sentimiento agradable
y energético que se pueden exponer con signos palpables. Acto, acción, palabra
y gestos con que se manifiesta júbilo, diversión,
entretenimiento, felicidad, esparcimiento, satisfacción y contento. Se
ubica en el latín vulgar alĭcer, alĕcris, y su forma alegre, como adjetivo, se
puede apreciar en alăcer, traduciéndose como suspicaz o entusiasta. Cabe mencionar
que, el apóstol San Pablo nos exhorta: "Por eso, hermanos míos, a quienes
tanto quiero y echo de menos, que son mi alegría y mi corona, sigan así firmes
en el Señor, amadísimos… Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén
alegres y den a todos muestras de un espíritu muy abierto. El Señor está cerca.
No se inquieten por nada; antes bien, en toda ocasión presenten sus peticiones
a Dios y junten la acción de gracias a la súplica. Y la paz de Dios, que es
mayor de lo que se puede imaginar, les guardará sus corazones y sus
pensamientos en Cristo Jesús, (Carta a los Filipenses, 4; 1-7). Estas
palabras del apóstol nos animan a confiar siempre en Dios y a mantener una vida
de oración, independientemente de la situación que nos toque enfrentar
en la vida, podemos mantener una actitud positiva, llenos de esperanza y alegría.
También, es importante indicar que, la vocación
cristiana a la alegría armoniza maravillosamente con nuestra inclinación
natural más honda, porque estamos hechos para la felicidad. Aunque algún
filósofo haya intentado negarlo, todos sabemos que ser felices es nuestro más
íntimo anhelo. En nuestra vinculación con las cosas del mundo buscamos nuestra
perfección: conocer, comprender, poseer, disfrutar, alcanzar la satisfacción de
nuestros deseos; sobre todo, el encuentro con los demás, la comunión
interpersonal porque no es bueno que el hombre esté solo han sido dispuestos
por Dios para que seamos felices y podamos experimentar algo de su alegría
divina. Ésta, la alegría de Dios, puede irrumpir en nuestro espíritu cuando nos
abrimos a él. Por otra parte, es importante señalar que, según el papa
Francisco nos dice: La alegría cristiana es la respiración del
cristiano, un cristiano que no es alegre en el corazón no es un buen cristiano.
Es la respiración, el modo de expresarse del cristiano, la alegría. No es algo
que se pueda comprar, o que se pueda lograr con esfuerzo. No. Es un fruto del
Espíritu Santo. Aquel que nos da la alegría del corazón es el Espíritu Santo”.
“La alegría no es vivir de risa en risa. No, no es eso. La alegría no es ser
divertido. No, tampoco es eso. Es otra cosa. La alegría cristiana es la paz. La
paz que se encuentra en las raíces, la paz del corazón. La paz que sólo Dios
nos puede dar. Esa es la alegría cristiana. Y no es fácil custodiar esa
alegría”.
Por
otro lado, es importante señalar que, la alegría brota de la fe, es fruto del
amor; por eso puede decirse también que es una señal distintiva del discípulo
de Cristo. Sin embargo, la experiencia de la vida nos desengaña un tanto, o más
bien consigue aventar ilusiones desmedidas. Porque hay que reconocer que
nuestra alegría es siempre imperfecta, frágil y está continuamente amenazada.
Acabamos por saber que no existe en esta tierra la felicidad perfecta; uno
llega a ser sabio cuando lo reconoce, cuando ha incorporado este dato y el
sentimiento correspondiente al bagaje habitual de su conciencia. Y quizá es
entonces cuando la paradoja se presenta más aguda, porque el impulso infinito
de nuestro deseo no se aquieta. Cabe señalar que, en la actualidad se ofrecen
al hombre múltiples ocasiones de placer; la propaganda agita la imaginación de
las multitudes presentándole paraísos artificiales que despiertan una codicia
imposible de saciar, porque, en realidad, la alegría verdadera tiene otras
fuentes, viene de otra parte. En el corazón de Cristo está la fuente de la
verdadera alegría. La alegría espiritual es un fruto del Espíritu Santo (cf.
Gál 5, 22). Además, es importante señalar que, según San Juan Pablo ll nos
dice: El hombre está llamado a una plenitud de vida que va más allá de las
dimensiones de su existencia terrena, ya que consiste en la participación de la
vida misma de Dios. Pidamos al buen Dios que nos ayude a encontrar la verdadera
alegría en él, en su voluntad, en su amor, pero sobre todo en su infinita misericordia.
Amén
Referencias Bibliográficas:
Biblia De Jerusalén
Biblia Latinoamericana
Catecismo De La Iglesia Católica
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